Cuenta la leyenda que 21 gramos es el peso del alma, o
sea, el peso que uno pierde en la última exhalación de vida. Con esta idea
juega el relato, presentando tres historias paralelas que se cruzan y mostrando
que cada personaje involucrado tiene un peso: un peso de culpa, un peso de
pérdida, un peso por silencios y un peso por sobrevivir. En este relato donde se mezclan todas las sensaciones y estamos con ellas a flor de piel, González Irráñitu hace el film que más le festejo.
Muy a su estilo, el director nos mete en espiral hasta la
médula de la esencia humana, ahí donde todo es crudo, todo es intentar salir de
la situación, prueba a los personajes como en un experimento de vivir o
reventar, de cómo en el extremo se sacude el tubo de ensayo y el resultado es
éste: un film denso, tenso y altamente atractivo. De una crudeza y una simpleza
imponentes nos muestran a una brillante Naomi Watts, un impecable Benicio del
Toro y a un soberbio Sean Penn.
Con una fotografía que sabe ir desde lo idílico de la luz a lo terrible de lo que está sucediendo, por momentos el espectador no puede abstraerse de lo que está sucediendo actoralmente, con este guión en el que cada historia parece aún peor que la anterior, pero Alejandro sabe jugar con los espacios claustrofóbicos donde se revela una verdad tremenda o enormes espacios donde el personaje cae cada vez más hondo, hasta sentirse un autómata.
Con una fotografía que sabe ir desde lo idílico de la luz a lo terrible de lo que está sucediendo, por momentos el espectador no puede abstraerse de lo que está sucediendo actoralmente, con este guión en el que cada historia parece aún peor que la anterior, pero Alejandro sabe jugar con los espacios claustrofóbicos donde se revela una verdad tremenda o enormes espacios donde el personaje cae cada vez más hondo, hasta sentirse un autómata.
Como si el espectador fuera testigo de situaciones
cotidianas, el film va rompiendo el orden cronológico y haciendo grandes saltos
temporales y lo que une a los personajes es una búsqueda constante por
encontrar un sentido para vivir. El simple hecho de existir se convierte en un
peso y ahí es donde los 21 gramos pesan toda una vida.
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