No toda “encomendación divina” es para el bien de todos,
ni todo mensaje místico es sencillo de transmitir pero cuando el ser humano
llega a tener la pedantería de creerse una divinidad puede hasta señalar con el
dedo con cierta soberbia y llevarse a todos a la misma condena que él mismo se
ha ganado.
De esto se trata este thriller tan negro y tan lleno de
lo más bajo de la raza humana que no deja de impresionar todas las veces, amén
de saber el final, amén de que los efectos ya no son lo que eran cuando
salieron y amén de estar tan sobreestimulados con morbo en el cine actual ¿Por
qué? Porque es un asesino con un motus psicológico creíble, con una causa y una
idea y eso no puede dejar de impresionar.
No hay que olvidarse que la genialidad de David Fincher
lleva a que lo que ves te cree un gran impacto, pero lo que te cuentan y no ves
te afecta aún más. Mientras es un asesino metódico (que sólo vemos en la memorable secuencia de títulos) que tiene dotes teatrales para poner en escena al pecado que quiere representar, tenemos algunos muy gráficos y otros que son anillo al dedo para los golpes bajos, pero que es aquello que no se muestra lo que realmente impacta. Otro acierto de este guión y de la memorable dirección de Fincher, es que va respetando la estructura clásica de un film de detectives, pero con vueltas de tuerca hacia la mitad que la convierten en algo desconcertante y el espectador se entrega a lo que va a ver.
La película tiene una secuencia de títulos espectacular,
con una música que te permite entrar en la mente del asesino serial y que te
relata entera la película sin que te des cuenta, creando un efecto
escalofriante que el espectador normalmente no nota, pero que está presente
desde la primera escena. Cuenta con buenas interpretaciones, a la altura, pero como siempre el contraste entre la luz y la sombra que tan bien se le da a David. Excelente.
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