Bette Davies ha sido la mujer mala desde que pisó el primer
set de cine. Con esto y el juego de la traducción del título, estábamos
dispuestos a odiarla con todo nuestro ser. Ya sabíamos que iba a fumar como un chivo y a tener la mirada más despectiva posible frente al resto. Nos da pena cuán poco va a durar la que le haga frente. Lo que se presenta, es otra cosa.
Conocemos a los personajes en un camarín, cuando Margo
(Davis), una reconocida e insoportable actriz con toques de diva, está terminando la función y se le acerca una amiga junto a una chica
que dice ser su mayor admiradora y cuenta una triste historia. A partir de esto
se le ofrecerá el trabajo de asistente de su jefa, pero nuestra querida Eva
quiere más que adoración. Si a esto sumamos que nuestra querida Margo tampoco es una niña pero tiene un romance con un director más joven que ella, con el que tienen una pasión irrefrenable, no sabemos si la búsqueda de la película es destruirla o elevarla.
Siempre me gustó el tema de la sustitución de
personalidades, de cómo el amor lleva a obsesión a tal punto de querer destruir
el objeto deseado o reemplazarlo y, en este caso, con la historia relatada en
un flashback, esto se explota como un relojito donde nadie es inocente pero hay
otras cuantas cosas peores que hasta la más malvada.
Bette Davies es imposible de pasar por alto en esta película
con ese aire melodramático. También fue una de las primeras apariciones de
Marilyn Monroe en cine. Una muestra del mejor cine clásico, donde la intriga de
predestinación funciona perfecto, tenemos el final moralista con una idea de
ser un ciclo que se repite hasta el infinito y los queridos estudios porque no
es necesario filmar en exteriores lo que pertenece a las entrañas de la fábrica
de sueños.
Simplemente, imperdible.
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