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miércoles, 8 de diciembre de 2010

Cabaret, de Bob Fosse

Cuando pensamos en musicales, siempre tendemos a pensar que van a ser una copia de “La novicia rebelde”, llena de amor y de cantos con coreografías que te hacen olvidar de todo el mundo alrededor y es eso lo que hace grande a esta película: es todo lo contrario. Con un cinismo pocas veces visto en el cine, puede escupir los restos de una humanidad sin valores y plagada de miserias que no se hablan por ser tabú, pero que existen y se ventilan en el Cabaret.

La dinámica más interesante de esta película es la de la vida real de los personajes y cómo lo que ellos no ven o no pueden hablar, es ventilado con una coreografía por un ambiguo presentador con el público riéndose, lo que da un aspecto entre sádico y patético. Todos los números musicales suceden en esas tablas donde no se termina de saber si es de día o de noche, sobre todo porque cuando salen de él, tampoco la luz los llena. 


No sólo los personajes están brillantemente planteados, con claras y verosímiles complicaciones sino que además es una película que se animó a romper el silencio y traer a la mesa temas como aborto, homosexualidad, infidelidad y todo esto mientras los nazis están en ascenso. Pero los temas son situaciones a las que se enfrentan, sin necesidad de subrayar aspectos de la psicología. Los personajes se construyen con poco: las uñas verdes de ella (que se las despinta para que sean "las de una monja"), el disfraz del maestro de ceremonias, el silencio del escritor que se relega a ser espectador.


La trama y las imágenes que se eligen van construyendo una historia en espiral, de manera de no poder ver un final feliz para los personajes, de que toda esa absurda sexualidad que manifiestan y todos los demás excesos se los va consumiendo, el cabaret se convierte en un circo y como todo animalito acostumbrado a hacer lo mismo, no escapan. Y todo esto muestra el ascenso final de los nazis en Berlín. Ningún final feliz, pero una película de lo más sincera. Brillante. 

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