A través de estos cuatro chicos en una casa tomada, encuentran su subsistencia en robar, pero siempre dependiendo de alguien que les tira el dato teniendo que pagar una comisión por ello. Por cada vez que exponen su vida, ganan alrededor de cuarenta pesos, lo que solo les alcanza para pizza, cerveza y cigarrillos, por los cuales se pelean y gracias a los cuales se hablan durante toda la película.
Se ve, también, el poco aprecio a la vida, el resentimiento frente lo que les ha tocado vivir y sin tener fuerzas ni ver la forma de cuidarse o de salir de allí.
Constantemente presente está una cuestión machista tanto en su trato a la mujer (siempre se refieren a ellas como “putas”) como a miembros mismos de la banda que son más chicos o con menor experiencia.
De una cierta forma enfermiza, si se quiere, se intenta recalcar los lazos afectivos entre los protagonistas de manera no tan heroica, pero sí contundente a través de la llegada de un bebé.
Se utiliza como escenario repetidas veces al obelisco de manera de situar al espectador no sólo en la ciudad, si no en la zona, invitando a mirar un poco al costado de un trayecto que muchos hacemos todos los días. La cumbia es su música de expresión.
Una película que responde a una ola de denuncia contra la violencia que todos odiamos pero festejamos respondiendo a sus normas y consumiendo sus productos. Toda la verdad asusta, el problema es que la sociedad lo digirió como a “un mal necesario”. Y bueno, mientras el Córdoba tenga cerveza…
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